miércoles, 23 de diciembre de 2009

sábado, 12 de diciembre de 2009

¡Taller de Futbol Cristiano! ¡Apúntate tú!

El Tamal de Peluche anuncia la matrícula de su nuevo curso de verano Taller de Futbol Cristiano (Concepto, Aplicación, Testimonios) dirigido a niños, jóvenes y adultos de poca fe, impartido por el apóstol Lucifer Gómez. Habrá apoyo audiovisual, plañideras y Rezo del Niño al final del mismo.


Índice de contenidos:
1- Cómo asumir la victoria tras la derrota
2- La alabanza durante el estiramiento
3- La alabanza en la banca
4- Las ofrendas y pactos del titular
5- El diezmo en la afición
6- Cómo sentir orgullo sin pecar tras la victoria
7- El periodista deportivo como profeta
8- Jesús dio su vida en la cancha
9- Jesús vrs Maradona
10- El juego de pelota de los Mayas como usurpación del enemigo
11- La teoría del foul para intimidar Huestes y Potestades
12- Los camerinos y la Segunda de Samuel
13- Dios y su fascinación por lo redondo y hueco
14- 2012: Nueva usupación del enemigo. Hay fútbol para rato.
15- Oremos por FIFA
16- El balón: Obra del Señor sin concesiones
17- Perdonar por goleada

jueves, 10 de diciembre de 2009

Manfred Bogarín y El Tamal de Peluche, presentan:


20 secuelas inevitables de la Navidad Tica




Antivirus (Jose Díaz)

-Un estrés: en qué ahorro, en qué no ahorro, qué ahorro ni qué ahorro.

-Ríos de guaro. Porque crisis o no crisis, los peces en el río “beben y beben y vuelven a beber”.

-Aparición (como una caspa nerviosa) de nieve sintética en tiendas, locales y hogares llamados “humildes”.

-Una búsqueda desesperada de un arbolito no muy enano, no muy escuálido, no muy caro. Probable compra de un árbol de plástico con todo incluido.

-Reducción del portal a su expresión minimalista o surrealista. Se han visto casos en que en el lugar de la Virgen está una Barbie, o en vez de un niño nace una niña.

-Comprar lotería: o sea, pagar por tener una ilusión. Soñar con todo lo que haría. Y después la triste realidad.

-El baboso discurso del Presidente, que como siempre le dará gracias a Tatica Dios por este país maravilloso… que él piensa destusar hasta que no quede piedra sobre piedra.

-En general, la Navidad es la primavera de la cursilería.

-Este artículo: porque ya sea para pedir amor y paz o para denunciar la Navidad, lo cierto es que en diciembre sólo de eso se habla, hasta el cansancio.

-Muchos niños ticos recibirán regalos fabricados por niños chinos, ¡qué linda es la infancia!

-Compra de fieltro y escarcha para que los niños hagan renos, trineos, guantes, bufandas, botas para la nieve… que probablemente nunca verán en persona.

-Aguantarse la risa satírica del llamado Colacho, que baja con su saco desde la zona del euro hasta nuestros hogares.

-Dar y recibir baratijas pomposamente forradas. Reciclaje inmediato del papel, del lazo y del regalo propiamente dicho.

-Dar y recibir regalos incluyendo la factura “por si lo querés cambiar”. Y querrás.

-Amenaza incipiente de verse obligado a regalar también el día de los Reyes Magos (ya están tratando de ponerlo de moda).

-Resurgimiento de la filosofía. Dígales a sus hijos que la Navidad es amor, y vea a ver cómo hace para explicarles qué es amor sin dinero.

-Repunte de las actividades navideñas no onerosas: cantar, rezar, ver tele, ver tele, ver tele.

-Atropellar o ser atropellado: no es pesimismo, es un dato estadístico. Igual que el incremento de los suicidios.

-Probable aumento de lo que llamamos criminalidad, que puede verse también como la redistribución de lo que Colacho no supo repartir equitativamente.

-Engordar. Y vean qué vueltas da la vida: sobre todo los más pobres. Los ricos comen menos y mejor.
 

jueves, 3 de diciembre de 2009

J.E.P al azar

No me preguntes cómo pasa el tiempo


En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas;
me alejo sin cesar.
No me preguntes cómo pasa el tiempo.

Li Kiu Ling, traducido por Marcela de Juan


Al lugar que fue nuestro llega el invierno
y cruzan por el aire las bandadas que emigran.
Después renacerá la primavera,
revivirán las flores que sembraste.
Pero en cambio nosotros
ya nunca más veremos
la casa entre la niebla.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Aduana Opus Perling


Cuando yo vivía en un barrio tranquilo podía pensar. Cuando yo vivía en un barrio tranquilo ni siquiera me importaba si podía pensar o no. Pero desde que LA CULTURA llegó a Barrio Escalante, con su nada sutil carpintería y su nada silenciosa arquitectura, tengo que andar disfrazada como si un boing estuviera a punto de despegar en la sala de mi casa.
Yo vivía frente al teatro de La Aduana pero de golpe (literalmente) me trasladaron a La Uruca. Ahora yo también trabajo en la construcción, incluso sábados y domingos. ¿Incluso sábados y domingos? He llegado a pensar si no será una concesión del gobierno o una venganza del Mopt, que son lo mismo. Todos los días a un cuarto para las seis me arranca de la cama el eco de un mazo golpeando el metal o el chirrido punzocortante de una sierra de acero o el ronquido de las vagonetas que van y vienen o la sirena que despabila cada hora a mis colegas, los obreros, para que sepan que el día avanza y no se agueven ni se salten la hora del café.

Lo único bueno fue que pasé de los actores ticos a los piropos nicas. El teatro costarricense clamaba por un aporte así. Yo, no tanto. Sin embargo, lo peor no es tener que usar tapones y orejeras a todas horas, y hasta tampones, por si acaso. Lo peor es que la única forma de parar esta locura consiste en que haya más ruido adentro de la casa que afuera. Entonces todo sufre un ataque de decibeles y hasta la tortuga, que nació sin orejas, convulsiona.
Ya no sé cómo engañar al pensamiento con largas horas en blanco frente a la computadora. Ya no sé cómo dejar de sentirme taladrada, martillada, perforada, atornillada, doblada, agujereada, arrugada, remachada, clavada, machacada y percutida. En realidad, lo peor de todo es no poder echarle la culpa a Guido Sáenz.
No me llamen. No oigo el teléfono.

viernes, 30 de octubre de 2009

Poemas Selectos de Manfred Bogarín

19 cursos y seminarios a impartir en Costa Rica


1-Hipnosis para empleadas domésticas. Cómo tener a sus órdenes a sus patronos, a los niños y a las mascotas.
2-Coyotaje invertido: las mejores vías para meter ticos en Nicaragua.
3-Cómo encontrar trabajo en Chinandega sin papeles.
4-Liderazgo para gemelos.
5-Caricatura forense.
6-Cantos gregorianos para empleados bancarios.
7-Estimulación del punto G por correspondencia.
8-Lactancia del hombre adulto y extracción del hipo.
9-Proyección y cine foro del video de autoayuda “El Secreto” en centros penitenciarios.
10-Defensa personal para lactantes.
11-Aproximaciones a una definición ontológica del Niño Dios desde la perspectiva de la mano invisible de Smith.
12-Hermenéutica: análisis de los textos del TLC desde la óptica de la Dianética.
13-Taller de Ebanistería: marcos teóricos y reflexiones en torno.
14-Espagueti western y nueva cocina costarricense, por Fernando Berrocal.
15-Taller cristiano de costura: diseño de sotanas reversibles y sotanas voladoras.
16-Corte y confección desde la perspectiva del género.
17-Sexo oral para diabéticos.
18-Elaboración de tamales de peluche.
19-Seminario: “Relevancia de celebrar la Semana Santa en vísperas de Navidad”



jueves, 29 de octubre de 2009

Arte Poética

varios ticos. dos nicas. un holandés. un polaco. un belga que parecía argelino. dos franceses. tres franceses.

un descendiente de chinos. un par de cubanos. un panameño. un catalán. un viejito valenciano. varios argentinos que se multiplicaban.

un español hijo de argentinos. un filósofo griego. ninguna mujer. un inglés. un italiano. un colombiano. dos venezolanos (uno que se creía argentino y otro que se maquillaba más que yo).

ningún chicano. un peruano. un gringo. un ecuatoriano. ningún brasileño. dos uruguayos el mismo día. ningún árabe, ningún noruego.

muy pocos colombianos para ser tan alegres. demasiados argentinos para ser tan pocos. un mexicano en remojo. en fin. lo que quiero decir.

siempre el mismo poema con otras palabras.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Por qué en la publicidad la sangre de las mujeres es azul


(fotos de Rineke Dijkstra)

Cuando a la publicidad le viene la regla, la regla es que le venga azul. Obvio. Los publicistas odian la realidad como los gatos el agua, y si ellos dicen que la sangre es azul, es porque el idiota es uno. Este afán de ‘metaforizar’ la sangre femenina aludiendo a un estúpido abolengo no nace de sus cabecitas sino de un asco cultural responsable de casi todo lo que nos rodea llamado misoginia, del cual me gustaría hablar pero no puedo porque aún debo lavar los platos del desayuno, preparar el almuerzo, bañarme, recoger a mi hijo de la escuela, pasar al super, doblar la ropa limpia, regalar al hamster, terminar este artículo y empezar otro. Al final del día, una también es capaz de odiar el ‘lado femenino’ de la vida y cualquiera de sus lados, pero entrar en esos detalles paradójicos me da tanta pereza como encender el televisor para ver el partido de futbol Costa Rica-Honduras, en el que Honduras metió cuatro goles pero a Honduras qué le metieron. Todos masacrados. Y todos contentos.


La sangre menstrual de la mujer es, además del resto de la mujer, el ingrediente más amenazante contra sus enemigos naturales. ¿Quiénes? Pues ellos, los daltónicos profesionales, así como sus secuaces lingüistas, pues no creo que haya palabra más fea en el diccionario que ‘menstruación’ y todo aquel que haya propagado el uso de esa palabra tan horrible debería ir preso. No es que la publicidad use a la mujer, es que la inventa, que es peor. La inventa de acuerdo a sus necesidades y punto, como los novios, cuando son muy tontos. Y es que quizá son muy tontos precisamente porque se tragan la película con todo y comerciales, en lugar de poner mute o irse por cerveza.


Para no herir susceptibilidades, la publicidad se desangra en una toalla sanitaria políticamente correcta, pero eso es normal (tomando en cuenta su origen), porque las mujeres reales vivimos con una herida permanente: una herida que hiere. Una vez al mes, nuestra regla delata el fracaso de millones de espermatozoides. Nada más y nada menos. Cada 28 días, las mujeres de la especie le sacamos la lengua a Benedicto quien, ya que usa faldas, debería ser más solidario. Es una victoria que nos obligan a vivir como fracaso: la verdadera maravilla de esa sangre no es que nos recuerda que solo las mujeres podemos engendrar nueva vida, es que podemos negarla. Negar la fertilidad mientras avanzamos ensangrentadas y felices, sin chupones, hasta la Victoria’s Secret. Podemos hacer lo que nos plazca, si pudiéramos. De todos modos, hagamos lo que hagamos siempre nos aguarda también un castigo, mucho más allá del pálido eufemismo del tinte azul. Pregúntenle a las que tienen hijos. Pregúntenle a las que no los tienen.
Los publicistas tiñen la sangre de azul porque es lo que les nace, a ellos.


Por otro lado, a la publicidad no le gusta ensuciarse con la sangre de sus víctimas, por eso su carnicería empieza donde hay posta. El cuerpo femenino ha sido fácilmente colonizado y negociado por estos traficantes de basura. La mujer es descuartizada en segundos y se la vende por partes: tetas, caderas, labios, muslos, cuellos, manos y nalgas. Pero, ¿cómo se hace esto con la sangre? No se puede: la sangre es una regla indivisible. Mancha. Ofende a Dios. Agrede a los que no soportan que las mujeres sangren sin necesidad de golpearlas. ¿Será que los hombres inventaron la guerra y toda su gama de juegos violentos con tal de sangrar un poco por algún lado? ¿Y qué hacemos con los caballeros a los que les sangra fácilmente la nariz? ¿Les recetamos Dorival?


domingo, 18 de octubre de 2009

Yo, el Mechudo, pregunto:



(tan lindo Araki)

Entre los 19 y los 35 años estuve –o sea, me acosté, ya saben– con unos quinientos hombres. “No es tanto”, diría el insigne poeta Osvaldo Sauma, y tendría razón. Una mujer debería acostarse con un solo hombre, o con todos. Ninguno o todos. Pero a partir de dos hombres, cualquier cifra es ridícula.
De quinientos hombres, no echo de menos a ninguno. Hay tres que se me han quedado clavados, sí. Pero no querría tenerlos de nuevo en la cama. Querría volver a vivir aquellos momentos, que no es lo mismo y además es imposible, salvo que el gran Friederich tuviera razón y todo retornara: retornara A. con aquel portento que tenía entre las piernas; retornara B. que llevaba quince años de castidad cuando me le metí en la cama y quince años de deseo compactado me dio en unas semanas; retornaran los pezones grandes y esponjosos de C. cuyo suave acento argentino, al ser recordado, hace que se me moje el alma.
Pero escuchá qué terrible lo que te venía a decir, camarada Cabezón: todo aquello es irrepetible. No por falta de hombres ni dinero para atraerlos (no sabés la delicia de europeos del este que podés conseguir por tan sólo una ambigua promesa de ayudarles), sino porque no es a esta mujer de cuarenta años –yo– a la que quiero meter en la cama con ellos.
Yo quiero a la otra, a la ninfómana romántica que fui durante al menos tres décadas. Recordemos (bueno, yo no lo olvido) que me masturbo desde que tengo memoria y siempre, como la cristiana más virtuosa, sin distinción entre deseo y amor. Yo he sentido amor por unos seiscientos hombres y, por cierto, a todos les he sido fiel. No he sido infiel jamás en mi vida.
Total, oh paciente Cabezón, lo que trato de decirte es que lo que echo de menos es la juventud en sí, con su pasión, desbordamiento y frenesí. Empiezo a entrar en cierta “madurez” (la llaman) a la que, cuando estoy bien, llamo paz, sosiego y hasta felicidad. Pero me cuesta reconocerme sin aquella voracidad, sin aquella ferocidad. O peor: las sigo teniendo, pero metidas paródicamente en un cuerpo y mente de señora que no se ve ya follando en un carricoche en Ámsterdam, por poner un ejemplo.
 No entiendo quién fue el inane que inventó ese dicho de “que me quiten lo bailado”. ¡Claro que te lo quitan! La vida te lo quita. ¿Vos creés que a mí me consuela en algo el haber tenido a verdaderos modelos de belleza entre mis piernas? Qué va. Todo lo contrario. Es más fácil renunciar a una droga que no se probó jamás.
Espero que un día, allá por los 75 años, una al fin se siente a esperar la muerte como quien espera la hora del almuerzo. Espero encender la tele y mirar sin zozobra un mundo ancho y ajeno, dichosamente ajeno. Por cierto, si muero a los 89 años, como mi abuela, de los 75 a los 89 serán catorce años de babear frente a la tele. ¡Catorce años! Mirá qué cáustica geometría: el mismo número de años que van de los 19 a los 35.
Bueno, al grano, formulo mi pregunta: yo lo que quiero saber es qué se supone que haga una mujer entre los 45 y los 75 años. Y no me digan que cuidar hijos, nietos o demás familiares; o escribir una obra maestra. Cabezón, vos me conocés y sabés que pregunto esto en serio. Si mis quiméricos lectores supieran hasta qué punto ansío una respuesta… Díganme qué se supone que haga una mujer como yo –una mujer que conoció todo tipo de excesos– a partir de los 45. Díganme cuál se supone que es la fuerza vital que mueve a una mujer a partir de los 45.
 



viernes, 16 de octubre de 2009

Cabezón hirsuto:


(la maestra Sarah Lucas)


Está clarísimo. O ahora lo entiendo todo, ahora que escribo un culebrón cuya gran apuesta son tres jóvenes musculados con boca de caramelo que están siempre a punto a punto de desnudarse, y no lo hacen; a punto a punto de besar a las mujeres, y no lo hacen.

Ahora entiendo el siguiente aforismo (que acabo de acuñar):
La única manera de que una mujer sea “mujer de un solo hombre, es que ese hombre no sea jamás suyo”.

El deseo no se puede concretar, porque muere en el acto. En el acto, muere el deseo.

Hay que ser absolutamente masturbatorias, no paro de repetírtelo.

El Mechudo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La literatura en serio

Como sufro y me aburro resulto bastante divertida,
a veces represento situaciones,
la mujer comprensiva, el hombre triste;
como no tengo sentido de la oportunidad,
puedo interrumpir la mejor escena de amor,
y para que nadie dude de mi inteligencia,
me ocupo de problemas casi ridículos.
Rodeada de gente que espera cosas de la vida
o practica la tragedia,
mis explosiones de júbilo son bastante frecuentes,
y como me regalo horizontes, cucharas que vacían mi corazón,
casi siempre estoy triste,
por eso mi alegría es digna de verse.

Juana Bignozzi

lunes, 12 de octubre de 2009

Rodolfo Arias habló con la boca llena

...un día de estos, a la hora del almuerzo, y mencionó a Sándor Márai, un escritor húngaro que se cansó de esperar a los 89 años. rodolfo decía que a los 89 uno tiene derecho de tirar la toalla. no sé por qué hablábamos del tiempo, de las cosas que llegan siempre tarde y más cuando uno está apurado, como la cuenta o la fama. sin embargo, Márai se cansó de esperar cosas más viscerales y por eso reaccionó pegándose un tiro. me lo imagino viejito, en un hospital de San Diego, escuchando la noticia de que es un inválido para siempre de boca de una enfermera que parece compañerita de Britney Spears. y entonces el viejo, que lleva 40 años viviendo en otro idioma, escupe un madrazo en húngaro y recupera las ganas de vivir. y es cuando se siente vivo y rabioso que decide matarse. es tan comprensible. y entonces nada. encontré esta frase y después esta foto. "Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido".

el escritor y Lola, su mujer durante 60 años (y ni porque eran 60 le cedió la silla)



jueves, 1 de octubre de 2009

Paladras al lectorvo



(Graciela, de Jose Díaz)

El destarado escretor de fricción, soñar W.S.T.H.Z Eugen Jahra, cerebrado por mochos crípticos de basta refutación y considerasco de madera enánome el mojar peota de su pequeña noción -Simbeck- pero asimiasmo colmo uno de los más talentopos leprosistas del Siclo Vientre, aclava de pudricar un nuevo librium de poesilga titulado La sorna de las fosas que venderán.

El gigaenteco legrado littlerario de peste alabardeado escretor ha sido comprado con el de Diantre, ¡el burdo hunanista florentimo que inmoralizó en su más célibre líbrido a Beretriz, inmaenculada niña, cama su cebestial guía en el Pajadizo! En el palorrama de las lepras contemporarias, no conhosco potro autorpe que halla escalado cimias tan elevanas como Zen, en pus del milloncino de oro del harte de la calabra...

Mi primor compacto con ladrán sobra de Zen escurrió hocio el frígido infierno de 1922. Remuerdo que loí nalgunos trabados suyos en la cara robista eróptica sementral The Transatanic Review. En aquerella soportunidad le envié a Zen una carpa; allí lo felisitiaba de tosco codazón por los experilentos que estraba llevlando a cago con el idiotma y lo animalba a procegar su brúsqueda de sordoridades inépditas. Le desidia, humorísticamante, en uno de los primierdos fárragos de la carpa:

¿Trotas de emuladar las concocidas y fabrosas lasañas de Atilda, el bárbero empelador de los hunos, aquel Atilda sanguinoario que cruzó, a la cabeza de sus hávides y veloces juanetes, lodo el contunante eurofeo para danzarse sobre bRoma? ¿Trotas de emuladar con Atilda y sus feroces vioiladores de rumbo y fuck truck, aquellos bárberos que, ante el mudo tenor del inmundo cifilisado, dejaron sin un solo pero a las honratas matonas bromanas, para luego escalvizarlas en los vestilentes harenques de la lejarana Mognolia?... Hieres un hambre de genio provago, Zen, perro no te vayas a pasar mal allá de tus posibilidudas...

Diescupa mi atrozvimiento, puerque yo sed que tú eres un consumido meastro, sólo estoy represuntadando el epidémido papiel de alodado del diáblogo. Me pregunto a voces, Zen, si ese rebruscado estiro tuyo llaga a los vectores o se queda en unos locos. Tu trosa es una humolgama emítica de muchas fosas a un miasmo tiento, especie de ensalodo de foenemas y leczemas manicómica. Yo sé que la literadura es un comino solidario, y que sierpe asecha el pelibro de que al mejor nobelista lo ablandonen los lectorvos. Sed desiertos proetas y desiertos prosiosistas que se quedaron más solos que Joynás prosainiero en el mondóngolo interior de la callena. A veces tengo la tontoción de decirte: ¡Vuelve al orden y al equilibrio, Zen! ¡Represa sin demoda a las fohormas traicionales!...

Tal viscosa esgrimí a Zen muchos daños atracos. Pero, hit et knock, quiebro romper mi silanza para retratarme de mis orrores... Perdoma mi animalversión de entonces, quejido Zen. No sufre ver harta qué punto tu sobra se malancea en una cuerda flota entre el presiente y la literatruca de manana -ese manana que, arte o templado, caerá desde el ciego sin nubes de Homero sobre los escturores- "Nadie ve más legos que el vigilia desde el pathos más apto del bardo", dijo Cincerón; "hay que tener siempre el volar de asonarse al fruturo con las hojas bien abiertas..." ¿Qué dura cave, Zen, de que tú estás en ese pathos más apto?

Un admitador sincerlo,

J. Joke, 1934

Luis Rogelio Nogueras

miércoles, 30 de septiembre de 2009

NANA

(Foto de Isabel Amador)


Dejé de amarla tres meses antes de su muerte, y no sé por qué, porque la amaba.  Era mi abuela y todos los nietos le decíamos Nana.


Su última imagen es como un obsequio macabro al recuerdo: convertida en una anciana, recorre despacio el borde empedrado de la piscina que está en el patio mientras abraza fuertemente su cartera.  El suéter azul, pequeño y apretado sobre el vestido, cubre su soledad de una dolorosa miseria.  Los zapatos de tacón, que quizás un día antes parecían finos, son ahora un rastro inútil por el que va mi abuela bajo la luz ciega del mediodía.  Es ella, sin duda, la mujer más triste del mundo. Camina mirando hacia el suelo, como si estuviera entretenida en su propia nostalgia. El pelo le ha crecido más de la cuenta y su raíz está absolutamente blanca. El elegante peinado estilo Luis XV parece un globo desinflado, apenas erguido con laca y prensas negras. 
 
Se ha pasado así toda la mañana, de un lado a otro.  Cuando al fin la empleada sale a buscarla para que regrese a la cama, ella se ha quedado dormida, sentada contra un pequeño muro del fondo, lleno de hongos y babosas, donde no pega el sol. Al verla venir, lo primero que esconde es la cartera.  La empleada se la lleva sin pronunciar palabra mientras ella va diciendo:  Marta, anda decile a Don Pedro que no se olvide de echarle veneno a todas las matas.
Antes de dar el último paso para entrar a la casa, se voltea bruscamente y señala el portoncillo de la piscina:
–¡Marta, la cartera! – 
Marta trata de arrebatársela del pecho, para que recuerde que eso es lo único que no ha olvidado. 
Inevitablemente pienso:  Nana, estás loca.
Como si me hubiera escuchado, dirige su dedo hacia mí, señalándome a lo lejos.  En ese momento, sin verla hablar, escucho su voz:  No, mijita, me hago.  Solo quiero que me dejen en paz.

Después de que murió, las empleadas de mis tías limpiaron su cuarto con toda clase de lejías.  Abrieron las ventanas que estaban selladas de mugre y le regalaron las cortinas a una señora pobre.  A pesar del esfuerzo, un olor a medicina, cofal, incienso, madera y vejez se había instalado allí, debajo de la tierra.  Así, cada vez que limpiaban, el olor brotaba como un aroma purificado por la higiene.  Al sexto día de trabajos, los allegados decidieron irse con su luto y sus trapos empapados de insecticida a rescatar al abuelo, que continuaba devorando libros en la habitación de al lado.




Sobre la mesita de noche del cuarto de Nana había un montón de cajas vacías: píldoras, ampolletas y supositorios.  No sé por qué no las habían botado. Tal vez nadie se atrevía a deshacerse de lo único que había brindado un poco de alivio a la enfermedad de mi abuela.
Entré allí con un pudor terriblemente culpable, sintiendo que en cualquier momento ella iba a aparecer o a salir del closet, vestida todavía con el suetercillo azul de mi primo menor y diciendo:  ¿Ya saludaste a tu abuelo?  Vení y te preparo una leche con sirope.


Sentada sobre su cama me eché un suspiro largo lleno de resignación, pensando que a lo mejor su muerte no me dolía mucho, aunque me llenara de tantos recuerdos.  Al azar, tomé una de las cajas de medicamentos y leí con un afán estúpido, porque lo poco que decía estaba en alemán.  Lo único que entendí fue morfina.  Volví a leerlo más estúpidamente que antes, porque después de entender esa palabra ya no me importaba saber realmente para qué servía la medicina.  

Con la caja entre las manos, comprendí lo fácil que llega el dolor si sabemos dar con la obsesión que lo acompaña.  La palabra morfina fue mi verdadero sufrimiento.  Nunca había sabido, a ciencia cierta, cuál había sido la causa de su muerte.  Sigo sin saberlo.  Sigo sin saber por qué a Nana le inyectaban morfina.  Sigo sin entender por qué deambulaba los sábados por la casa, encerrada y sola, mientras los allegados se disparaban en grupo al otro lado de la ciudad, con el abuelo a cuestas.  Sigo con mi insignificante dolor atragantado, pensando que mi abuela se murió jurando que ella no le había hecho nada a ese montón de perros sarnosos del vecindario.


Me enojé con ella el día que me dijo:  Mijita, no se meta en lo que no le importa.  Tenía razón, pero el orgullo es indeleble cuando es entre familia.


Es increíble que aun hoy, varios años después de su muerte, siga recordando a Nana con tantos signos de interrogación en medio. Como ella misma decía, el cariño siempre está en duda. Es extraño que la recuerde todos los días, sobre todo cuando todos los días pienso que la he olvidado.
 



martes, 29 de septiembre de 2009

100 metros con obstáculos



 Doña Vicky, por Jose Díaz

Un grupo de mujeres mayores –esas que antes se llamaban ancianas y hoy se llaman ciudadanas de la tercera edad– conversan frente a la tienda de electrodomésticos de un chino que, con tal de ahuyentarlas, invirtió en un sofisticado sistema de riego que lanza agua en spray desde lo alto. Parece absurdo. Lo es. Ni las técnicas más agresivas de la jardinería de baja intensidad han logrado disuadir a las transeúntes que día tras día se multiplican frente a la tienda y prácticamente en la calle.

Algunas parecen amas de casa con amnesia. Otras, por el contrario, se ve que recuerdan perfectamente lo que preferirían olvidar. Todas llevan cartera pero no están ahí para comprar; al contrario: están para vender pero nadie les compra todavía.

Estas señoras –que antes se llamaban prostitutas y hoy se llaman trabajadoras del sexo– recorren las inmediaciones del Mercado Borbón, en San José, desde las horas más deserotizadas del día y, de hecho, ejercen su oficio mientras la luz del sol desnuda salvajemente cualquier imperfección humana: desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde, más o menos.

En la calle siempre hace calor y la verdura que descargan los intoxicantes camiones se va pudriendo a lo largo del día.

Hasta aquí, la Historia Universal de la Prostitución sigue siendo básicamente la misma, excepto porque la mayoría de estas mujeres –al menos unas 20– superan los 50 años. Doña María, una de las mayores, muy pronto cumplirá 70.

¿Cómo se ejercen los servicios sexuales cuando hasta la menopausia parece un recuerdo de infancia? ¿Cómo se vende la carne –ya no la vitalidad o el deseo, tan fáciles de encubrir a cualquier edad– cuando el tiempo nos ha vuelto vegetarianos? ¿Qué hacer cuando no es la policía, sino la vida, quien amenaza nuestro derecho al trabajo?

Es el fin de la carrera, pero hay que seguir corriendo. En Calle 8, entre Avenidas 3 y 5, algunas mujeres recorren los 100 metros más largos de la historia.



Agotado Cabezón:



A veces hay que dormir. A veces hay que hibernar. Parar. Un mes. Un año. Siete. Tal vez tenés que parar. El otro día me informaba en el libro de un Iluminado que todo el aprendizaje de la vida es aprender a parar. A renunciar.
En la cabaña que me alquilaste, allá en tu tierra, me la pasé durmiendo. Dormía muchísimo. Y un día me di cuenta que necesitaba dormir después de una década batallando en este país que no es mío, por más que yo quiera.
Otra vez estoy escribiéndote rumbo a Madrid. La semana pasada ahí fue terrible, tuve taquicardia y ahogos toda la semana. Anda todo el mundo muy loco, Cabezón, acelerado e insatisfecho, imaginate la mezcla.
Vine a Madrid la semana pasada a socorrer a mi amiga Claudia (you know), y de paso a buscar trabajo. El  jueves, según salía de la Estación Sur de Madrid ya de vuelta a casa con las manos vacías, iba pensando: Bueno, la vida explica sus porqués con años de retraso, ya sabremos para qué hube de venir esta semana a Madrid a ver cómo Claudia se hundía y también mis posibilidades de trabajo. Pero en eso, sonó mi teléfono, no te exagero, el bus había arrancado rumbo a Galicia hacía cinco minutos. Y eran ELLOS, ya sabés, ELLOS, esos que le dan a uno trabajo, por ejemplo. Me llamaban para decirme que sí querían contar conmigo en el culebrón que están poniendo en marcha. Mi trabajo sería dialogar un capítulo por semana, desde casa. Yo le dije al que me llamó: Sí a todo. Te lo juro, eso le dije.
Por todo esto voy ahora de nuevo rumbo a Madrid. No hace falta que esté ahí pero tenemos que vernos las caras, mañana lunes o el martes. ELLOS quieren verme la cara. En octubre empiezo a trabajar, y en noviembre, a cobrar, espero. No llegaré a los cinco mil euros mensuales, suma por encima de la cual, como te dije, no te volvería a hablar. O visto de otro modo: si algún día te dejo de escribir y hablar, es porque estoy ganando más de cinco mil euros al mes.
He descubierto que cada vez que hablo de dinero, o cada vez que me muevo por dinero, me da cistitis. No, miento, no es cistitis, es congestión pélvica, que es como un dolor de testículos en los hombres. Testículos es una palabra deliciosa. Bueno, creo que mi lado hombre luchador y ambicioso sale cuando tengo que ir a ganar dinero. Cuando tengo que pegarle unos cuantos mordiscos salvajes a quienes están a mi alrededor para que se aparten de mi camino. Algo así.
“Por ésta y muchas cosas más”, como decía la canción, de Madrid me iré al pueblo del maestro Reiki a hacerme el segundo nivel de Reiki. Así como lo oís. (Word insiste en poner Reiki con mayúscula.) Imagino lo loco que suena esto a todos mis seres del pasado. Y a algunos del presente, aunque no todos, pues en mi presente ahora hay gente “así”, como Siegrum, que me explicó ayer qué querían decir los mayas con eso de que el mundo se acaba en el 2012. Hicieron unas mediciones astronómicas (al parecer) y descubrieron que en 2012 la Tierra va a llegar al extremo de unas vibraciones terribles, que son las que tienen a la gente loca, esquizoide, al borde del infarto, del suicidio, del asesinato, de cualquier enfermedad. Al parecer, sólo van a sobrevivir los elevados de espíritu.
No es pensando en un próximo Apocalipsis (Word insiste en poner la palabra Apocalipsis con mayúscula), no es pensando en el fin del mundo que me hago el Segundo de Reiki. Lo hago por este presente infame. Lo hago porque… porque… no sé muy bien. Pero porque hay algo más. Porque en el momento en que uno deja de darle importancia al dinero, cae en el más absoluto vacío. Espero no terminar como Richard Gere, en ningún aspecto.



El Mechudo con priapismo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

una noche sin luna es como un párrafo sin taxis


 (Las tres gracias, de Sally Mann)


Voy a escribir horror pero no se dónde voy a escribir el tacto antes de tocar a qué precio voy a voltearme para probar que no sé si los muertos vienen o van al lugar de su escritura pero si al menos supiera dónde voy a escribir para escribir horror a dejar huellas en las palabras tan adentro tan adentro hasta probar que no sé voltearme sin caer siempre bocabajo puedo verlos escribir a qué vienen los muertos que traigo conmigo.

RES NON VERBA


NO A UNA MUJER PRESIDENTA


Hay que ser muy machista, misógino y degenerado para atreverse a escribir una columna en contra de que las mujeres alcancen la presidencia de un país, pero habría que ser todavía más depravado para preguntarse que cuál es la ganga. Solo a un canalla anarquista muerto de hambre le traería sin cuidado si es una mujer o un hombre quien quiere gobernarlo porque aquel simplemente no quiere que lo gobierne nadie. Hay que ser un retrógrado, un cavernícola y un invertebrado mental para creer que así como la Naturaleza no tiene moral, el Poder no tiene sexo; que sexo tienen las personas y el Poder, ideología. Solo un auténtico troglodita, un fariseo y un comunista podría afirmar que, puestos a gobernar, entre un hombre y una mujer no hay diferencias sustanciales, no debería haberlas. ¡¿Cómo que no?! No faltaba más.

En tales circunstancias, solo un mamarracho enajenado dudaría. Por eso la necesitamos a Ella: para que no nos quepa la menor duda. Porque esta mujer, como presidenta, sería un gran hombre.

Una mujer, Ella, sabe lo que es el amor incondicional porque la naturaleza verduzca de su país la bendijo con la posibilidad de ser un miembro más. Por eso gobernaría con el corazón. Y encima con uno que dice sí, sí, sí.

Hay que ser una vil rata, una basura, una escoria social para creer que una mujer no puede gobernar con más malicia que un hombre, incluso con más impunidad que un par de hombres sin cabeza. ¿Acaso no se dan cuenta de que con Ella en la presidencia también se podrían dar en concesión las guarderías, las maternidades y los salones de belleza? ¿Acaso no suena bonito Guarderías del Sol?

Las mujeres adornan con su sola presencia pero tenerla a Ella de adorno, por cuatro años, en Casa Presidencial… ¡Ella sería la Reina de la Casa! Son tantas las ventajas que, ¡uuufff!, incluso si el Estado se hace laico ni se notaría, porque generalmente estas divinas criaturas, damas de la política, hasta se parecen a los curas… usan indistintamente enaguas o pantalones, crucecitas de oro en el pescuezo y se escabullen de opinar con la misma muletilla: que la familia es la base de la sociedad. ¡Estas mujeres que aman demasiado al prójimo suspiran hasta en los peajes! ¡Cuánto amor derramado en actos concretos y asfaltados! ¡Ellas son la primavera de la política! Y además, las mujeres nunca se tiran pedos.

Una muerte súbita merecería el asqueroso cerdo subnormal que creyera que ser mujer es una tarea antes que una vocación. No entender que una señora como Ella es preferible a cualquier otra, especialmente a alguna de esas ingobernables que se pasan la vida revolviendo moldes pero no de repostería, sino criticando y poniendo en duda su condición, como las feministas, las putas, las lesbianas desenclosetadas, las madres solteras, las sindicalistas… esas hordas de mujeres rabiosas a las que la experiencia y la vida les pasa por el cuerpo… esas necias incómodas que han experimentado un proceso de descomposición semántica y usan la palabra mujer como si fuera un verbo y no como lo que es… un adjetivo.

Habría que ser una auténtica mierda de persona, un terrorista y un puto sapo ignorante para sostener que, en cuestiones de política, un falo es igual a dos ovarios. Porque claro, una entrepierna vale más que mil palabras.

No, no, no.  Ha llegado la hora de escupir ese mascado cliché porque ha llegado la hora de jamárnosla a Ella.

Solo un bruto, un cínico y un ateo sería incapaz de valorar y comprender y sopesar y agradecer el enorme sacrificio que significa para una mujer tal candidatura. Porque cualquier mujer, óigame bien, cualquier mujer, antes que presidenta, preferiría por mucho ser ministra. En el primer caso, lo que le dan es una silla… ¡en cambio si es ministra le dan una cartera! 



domingo, 20 de septiembre de 2009

Robinson y Octavio Paz, al fin juntos




A pesar de mi torpor, de mis ojos hinchados, de mi panza, de mi aire de recién salido de la cueva, no me detengo nunca. Tengo prisa. Siempre he tenido prisa. Día y noche zumba en mi cráneo la abeja. Salto de la mañana a la noche, del sueño al despertar, del tumulto a la soledad, del alba al crepúsculo. Inútil que cada una de las cuatro estaciones me presente su mesa opulenta. Inútil el rasgueo de madrugada de canario, el lecho hermoso como un río en verano, esa adolescente y su lágrima, cortada al declinar el otoño. En balde el mediodía y su tallo de cristal, las hojas verdes que lo filtran, las piedras que niega, las sombras que esculpe. Todas estas plenitudes me apuran de un trago. Voy y vuelvo, me revuelco, me revuelvo y me revuelvo, salgo y entro, me asomo, oigo música, me rasco, medito, me digo, maldigo, cambio de traje, digo adiós al que fui, me demoro con el que seré. Nada me detiene. Tengo prisa, me voy. ¿Adónde? No sé, nada sé - excepto que no estoy en mi sitio.


Desde que abrí los ojos me di cuenta que mi sitio no estaba aquí, donde yo estoy, sino en donde no estoy ni he estado nunca. En alguna parte hay un lugar vacío y ese vacío se llenará de mí y yo me asentaré en ese hueco que insensiblemente rebosará de mí, pleno de mí hasta volverse fuente o surtidor.Y mi vacío, el vacío de mí que soy ahora, se llenara de sí, pleno de sí, pleno de ser hasta los bordes.



 Tengo prisa por estar. Corro tras de mí tras de mí, tras de mi sitio, tras de mi hueco. ¿Quién me ha reservado ese sitio? ¿Cómo se llama mi fatalidad? ¿Quién es y qué es lo que me mueve y qué es lo que aguarda mi advenimiento para cumplirse y para cumplirme? No sé. Tengo prisa. Aunque no me mueva de mi silla, ni me levante de la cama. Aunque dé vueltas y vueltas en mi jaula. Clavado por un hombre, un gesto, un tic, me muevo y remuevo. Esta casa, estos amigos, estos países, estas manos, esta boca, estas letras que forman esta imagen que se ha desprendido sin previo aviso de no sé dónde y me ha dado en el pecho, no son mi sitio. Ni esto ni aquello es mi sitio.

Todo lo que me sostiene y sostengo sosteniéndome es alambrada, muro. Y todo lo que salta, mi prisa. Este cuerpo me ofrece su cuerpo, este mar me saca se saca del vientre siete olas , siete desnudeces, siete sonrisas, siete cabrillas blancas. Doy las gracias y me largo. Sí, el paseo ha sido muy divertido, la conversación instructiva, aún es temprano, la función no acaba y de ninguna manera tengo la pretensión de conocer el desenlace. Lo siento: tengo prisa. Tengo ganas de estar libre de mi prisa, tengo prisa por acostarme y levantarme sin decirme: adiós, tengo prisa.

Octavio Paz, de Águila y Sol - 1949


Enuresis



Mi hermana tenía tres meses de muerta el día que se me apareció en un sueño. Con su habitual tono mandón, pero dolorosamente maternal, me dijo: "Tuve que venir a decirte que ya no quiero que llorés más". Y entonces yo, que tenía tres meses de llorar todas las noches, dejé de hacerlo. Y es extraño, porque me habría encantado seguir llorando hasta sacar a mi hermana de sus casillas (y de donde fuera) y obligarla a venir, solo para verla.

Como los niños que un día dejan de orinarse en la cama pero no por eso abandonan la infancia, yo abandoné el ritual del llanto pero no la tristeza. Cada vez que contaba que mi hermana mayor se había muerto, la boca se me llenaba de agua y los ojos de aire. Sin embargo, dejé de llorar porque con su visita supe que la muerte es un lugar del que cuesta mucho salir. Y no me importa si ese lugar lleno de puestos fronterizos existe solo en la cabeza enajenada de quienes son capaces de amar a un muerto tanto como a un vivo. Ella vino a decirme lo que solo ella podía ordenarme. Desde entonces me pregunto cómo pude ser ella y decirme sus palabras.

El otro día, Silvia cumplió 8 años de muerta. ¿O serán más? Casi el mismo día, un amigo me llamó borracho para contarme que la mamá de otro amigo que acaba de morir lo llamó para contarle que el susodicho se le aparece en sueños. "¿Y qué le dice?", le pregunté. "Nada", me explicó, lloriqueando. "Nada. No le dice nada. Solo le pone música".

Lo increíble, entonces, es la exactitud de los muertos. O la de los vivos, que saben más de sus vivos, una vez muertos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Mi Cabezón querido y requerido




 




Hace mucho tiempo que te propongo, en mis diálogos imaginarios con vos, que escribamos un libro o un blog a cuatro manos y ojos. Pero un blog que sirva para algo. No un blog donde uno siente que ha caído en el universo solitario de alguien que no se sabe expresar. Un blog que la gente visite a conciencia, no sólo embaucada por las búsquedas de Google y los links de los amigos. Un blog de autoayuda para gente inteligente.

Yo ya no quiero volver a escribir sobre mí misma. No como hasta ahora. No quiero escribir para que me entiendan sólo los que piensan como yo. Vos me dijiste en una carta hace un tiempo: “Han pasado un montón de cosas malas, todas buenísimas”. Cómo se llega a esa comprensión profunda de la vida y del destino, es lo que me gustaría contar. Esas cartas absurdas llenas de sentido que nos enviamos, es lo que desearía publicar: ponerlas ahí para el que las quiera leer. Y todo esto sin gastar papel.

Y hablando de gastos, éste sería el primer tema a tratar por mí. Escribir sin esperar nada a cambio. “Dar para recibir”, dicen algunos. Pero no. Dar para sentir lo que el otro recibe como algo que uno mismo hubiera recibido.

Yo he sido toda mi vida una agarrada y ahora entiendo que ser agarrado es como poner uno mismo un tampón en el corno de la abundancia. Me ha llevado cuarenta años entender esa y muchas cosas más, que podría ir expresando en ese blog supuesto, si vuecencia lo tiene a bien, claro.

Una vez le escribí una carta de desagarrado amor a un novio que me dejaba. Me respondió: “¡Qué bien escribes!”. Merecido me lo tenía. Merecido me tenía ese novio y merecida esa respuesta. Ya no quiero escribir para que me digan que qué bien escribo. Antes sí, ahora no. Ahora quiero que a alguien le sirva de algo lo que escribo.

Ah, sí, sí: todo lo malo que me ha pasado en los últimos cuarenta años ha sido buenísimo.

Al menos así me parece hoy. En este momento en que te escribo voy en el bus hacia Madrid. Voy a Madrid a ganar dinero. Igual que una hippie alemana que me encontré de chiripa en el bus. La saludé y hablamos poco, pero te diré de qué la conozco: vino a Galicia para que el contacto con la naturaleza la ayudara a pasar el dolor. Hace un mes, en plena labor de parto, se le murió la hija ahorcada con el cordón umbilical. Tenía un aparato que permite oír los latidos del corazón del bebé, y fue oyendo pum… pum… pum… donde se iban haciendo más lentos hasta detenerse. Y parió una hija muerta.

Te saluda,

El Mechudo (alias Astucia o Pericia, no se sabe quién es cuál).