miércoles, 30 de septiembre de 2009

NANA

(Foto de Isabel Amador)


Dejé de amarla tres meses antes de su muerte, y no sé por qué, porque la amaba.  Era mi abuela y todos los nietos le decíamos Nana.


Su última imagen es como un obsequio macabro al recuerdo: convertida en una anciana, recorre despacio el borde empedrado de la piscina que está en el patio mientras abraza fuertemente su cartera.  El suéter azul, pequeño y apretado sobre el vestido, cubre su soledad de una dolorosa miseria.  Los zapatos de tacón, que quizás un día antes parecían finos, son ahora un rastro inútil por el que va mi abuela bajo la luz ciega del mediodía.  Es ella, sin duda, la mujer más triste del mundo. Camina mirando hacia el suelo, como si estuviera entretenida en su propia nostalgia. El pelo le ha crecido más de la cuenta y su raíz está absolutamente blanca. El elegante peinado estilo Luis XV parece un globo desinflado, apenas erguido con laca y prensas negras. 
 
Se ha pasado así toda la mañana, de un lado a otro.  Cuando al fin la empleada sale a buscarla para que regrese a la cama, ella se ha quedado dormida, sentada contra un pequeño muro del fondo, lleno de hongos y babosas, donde no pega el sol. Al verla venir, lo primero que esconde es la cartera.  La empleada se la lleva sin pronunciar palabra mientras ella va diciendo:  Marta, anda decile a Don Pedro que no se olvide de echarle veneno a todas las matas.
Antes de dar el último paso para entrar a la casa, se voltea bruscamente y señala el portoncillo de la piscina:
–¡Marta, la cartera! – 
Marta trata de arrebatársela del pecho, para que recuerde que eso es lo único que no ha olvidado. 
Inevitablemente pienso:  Nana, estás loca.
Como si me hubiera escuchado, dirige su dedo hacia mí, señalándome a lo lejos.  En ese momento, sin verla hablar, escucho su voz:  No, mijita, me hago.  Solo quiero que me dejen en paz.

Después de que murió, las empleadas de mis tías limpiaron su cuarto con toda clase de lejías.  Abrieron las ventanas que estaban selladas de mugre y le regalaron las cortinas a una señora pobre.  A pesar del esfuerzo, un olor a medicina, cofal, incienso, madera y vejez se había instalado allí, debajo de la tierra.  Así, cada vez que limpiaban, el olor brotaba como un aroma purificado por la higiene.  Al sexto día de trabajos, los allegados decidieron irse con su luto y sus trapos empapados de insecticida a rescatar al abuelo, que continuaba devorando libros en la habitación de al lado.




Sobre la mesita de noche del cuarto de Nana había un montón de cajas vacías: píldoras, ampolletas y supositorios.  No sé por qué no las habían botado. Tal vez nadie se atrevía a deshacerse de lo único que había brindado un poco de alivio a la enfermedad de mi abuela.
Entré allí con un pudor terriblemente culpable, sintiendo que en cualquier momento ella iba a aparecer o a salir del closet, vestida todavía con el suetercillo azul de mi primo menor y diciendo:  ¿Ya saludaste a tu abuelo?  Vení y te preparo una leche con sirope.


Sentada sobre su cama me eché un suspiro largo lleno de resignación, pensando que a lo mejor su muerte no me dolía mucho, aunque me llenara de tantos recuerdos.  Al azar, tomé una de las cajas de medicamentos y leí con un afán estúpido, porque lo poco que decía estaba en alemán.  Lo único que entendí fue morfina.  Volví a leerlo más estúpidamente que antes, porque después de entender esa palabra ya no me importaba saber realmente para qué servía la medicina.  

Con la caja entre las manos, comprendí lo fácil que llega el dolor si sabemos dar con la obsesión que lo acompaña.  La palabra morfina fue mi verdadero sufrimiento.  Nunca había sabido, a ciencia cierta, cuál había sido la causa de su muerte.  Sigo sin saberlo.  Sigo sin saber por qué a Nana le inyectaban morfina.  Sigo sin entender por qué deambulaba los sábados por la casa, encerrada y sola, mientras los allegados se disparaban en grupo al otro lado de la ciudad, con el abuelo a cuestas.  Sigo con mi insignificante dolor atragantado, pensando que mi abuela se murió jurando que ella no le había hecho nada a ese montón de perros sarnosos del vecindario.


Me enojé con ella el día que me dijo:  Mijita, no se meta en lo que no le importa.  Tenía razón, pero el orgullo es indeleble cuando es entre familia.


Es increíble que aun hoy, varios años después de su muerte, siga recordando a Nana con tantos signos de interrogación en medio. Como ella misma decía, el cariño siempre está en duda. Es extraño que la recuerde todos los días, sobre todo cuando todos los días pienso que la he olvidado.
 



martes, 29 de septiembre de 2009

100 metros con obstáculos



 Doña Vicky, por Jose Díaz

Un grupo de mujeres mayores –esas que antes se llamaban ancianas y hoy se llaman ciudadanas de la tercera edad– conversan frente a la tienda de electrodomésticos de un chino que, con tal de ahuyentarlas, invirtió en un sofisticado sistema de riego que lanza agua en spray desde lo alto. Parece absurdo. Lo es. Ni las técnicas más agresivas de la jardinería de baja intensidad han logrado disuadir a las transeúntes que día tras día se multiplican frente a la tienda y prácticamente en la calle.

Algunas parecen amas de casa con amnesia. Otras, por el contrario, se ve que recuerdan perfectamente lo que preferirían olvidar. Todas llevan cartera pero no están ahí para comprar; al contrario: están para vender pero nadie les compra todavía.

Estas señoras –que antes se llamaban prostitutas y hoy se llaman trabajadoras del sexo– recorren las inmediaciones del Mercado Borbón, en San José, desde las horas más deserotizadas del día y, de hecho, ejercen su oficio mientras la luz del sol desnuda salvajemente cualquier imperfección humana: desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde, más o menos.

En la calle siempre hace calor y la verdura que descargan los intoxicantes camiones se va pudriendo a lo largo del día.

Hasta aquí, la Historia Universal de la Prostitución sigue siendo básicamente la misma, excepto porque la mayoría de estas mujeres –al menos unas 20– superan los 50 años. Doña María, una de las mayores, muy pronto cumplirá 70.

¿Cómo se ejercen los servicios sexuales cuando hasta la menopausia parece un recuerdo de infancia? ¿Cómo se vende la carne –ya no la vitalidad o el deseo, tan fáciles de encubrir a cualquier edad– cuando el tiempo nos ha vuelto vegetarianos? ¿Qué hacer cuando no es la policía, sino la vida, quien amenaza nuestro derecho al trabajo?

Es el fin de la carrera, pero hay que seguir corriendo. En Calle 8, entre Avenidas 3 y 5, algunas mujeres recorren los 100 metros más largos de la historia.



Agotado Cabezón:



A veces hay que dormir. A veces hay que hibernar. Parar. Un mes. Un año. Siete. Tal vez tenés que parar. El otro día me informaba en el libro de un Iluminado que todo el aprendizaje de la vida es aprender a parar. A renunciar.
En la cabaña que me alquilaste, allá en tu tierra, me la pasé durmiendo. Dormía muchísimo. Y un día me di cuenta que necesitaba dormir después de una década batallando en este país que no es mío, por más que yo quiera.
Otra vez estoy escribiéndote rumbo a Madrid. La semana pasada ahí fue terrible, tuve taquicardia y ahogos toda la semana. Anda todo el mundo muy loco, Cabezón, acelerado e insatisfecho, imaginate la mezcla.
Vine a Madrid la semana pasada a socorrer a mi amiga Claudia (you know), y de paso a buscar trabajo. El  jueves, según salía de la Estación Sur de Madrid ya de vuelta a casa con las manos vacías, iba pensando: Bueno, la vida explica sus porqués con años de retraso, ya sabremos para qué hube de venir esta semana a Madrid a ver cómo Claudia se hundía y también mis posibilidades de trabajo. Pero en eso, sonó mi teléfono, no te exagero, el bus había arrancado rumbo a Galicia hacía cinco minutos. Y eran ELLOS, ya sabés, ELLOS, esos que le dan a uno trabajo, por ejemplo. Me llamaban para decirme que sí querían contar conmigo en el culebrón que están poniendo en marcha. Mi trabajo sería dialogar un capítulo por semana, desde casa. Yo le dije al que me llamó: Sí a todo. Te lo juro, eso le dije.
Por todo esto voy ahora de nuevo rumbo a Madrid. No hace falta que esté ahí pero tenemos que vernos las caras, mañana lunes o el martes. ELLOS quieren verme la cara. En octubre empiezo a trabajar, y en noviembre, a cobrar, espero. No llegaré a los cinco mil euros mensuales, suma por encima de la cual, como te dije, no te volvería a hablar. O visto de otro modo: si algún día te dejo de escribir y hablar, es porque estoy ganando más de cinco mil euros al mes.
He descubierto que cada vez que hablo de dinero, o cada vez que me muevo por dinero, me da cistitis. No, miento, no es cistitis, es congestión pélvica, que es como un dolor de testículos en los hombres. Testículos es una palabra deliciosa. Bueno, creo que mi lado hombre luchador y ambicioso sale cuando tengo que ir a ganar dinero. Cuando tengo que pegarle unos cuantos mordiscos salvajes a quienes están a mi alrededor para que se aparten de mi camino. Algo así.
“Por ésta y muchas cosas más”, como decía la canción, de Madrid me iré al pueblo del maestro Reiki a hacerme el segundo nivel de Reiki. Así como lo oís. (Word insiste en poner Reiki con mayúscula.) Imagino lo loco que suena esto a todos mis seres del pasado. Y a algunos del presente, aunque no todos, pues en mi presente ahora hay gente “así”, como Siegrum, que me explicó ayer qué querían decir los mayas con eso de que el mundo se acaba en el 2012. Hicieron unas mediciones astronómicas (al parecer) y descubrieron que en 2012 la Tierra va a llegar al extremo de unas vibraciones terribles, que son las que tienen a la gente loca, esquizoide, al borde del infarto, del suicidio, del asesinato, de cualquier enfermedad. Al parecer, sólo van a sobrevivir los elevados de espíritu.
No es pensando en un próximo Apocalipsis (Word insiste en poner la palabra Apocalipsis con mayúscula), no es pensando en el fin del mundo que me hago el Segundo de Reiki. Lo hago por este presente infame. Lo hago porque… porque… no sé muy bien. Pero porque hay algo más. Porque en el momento en que uno deja de darle importancia al dinero, cae en el más absoluto vacío. Espero no terminar como Richard Gere, en ningún aspecto.



El Mechudo con priapismo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

una noche sin luna es como un párrafo sin taxis


 (Las tres gracias, de Sally Mann)


Voy a escribir horror pero no se dónde voy a escribir el tacto antes de tocar a qué precio voy a voltearme para probar que no sé si los muertos vienen o van al lugar de su escritura pero si al menos supiera dónde voy a escribir para escribir horror a dejar huellas en las palabras tan adentro tan adentro hasta probar que no sé voltearme sin caer siempre bocabajo puedo verlos escribir a qué vienen los muertos que traigo conmigo.

RES NON VERBA


NO A UNA MUJER PRESIDENTA


Hay que ser muy machista, misógino y degenerado para atreverse a escribir una columna en contra de que las mujeres alcancen la presidencia de un país, pero habría que ser todavía más depravado para preguntarse que cuál es la ganga. Solo a un canalla anarquista muerto de hambre le traería sin cuidado si es una mujer o un hombre quien quiere gobernarlo porque aquel simplemente no quiere que lo gobierne nadie. Hay que ser un retrógrado, un cavernícola y un invertebrado mental para creer que así como la Naturaleza no tiene moral, el Poder no tiene sexo; que sexo tienen las personas y el Poder, ideología. Solo un auténtico troglodita, un fariseo y un comunista podría afirmar que, puestos a gobernar, entre un hombre y una mujer no hay diferencias sustanciales, no debería haberlas. ¡¿Cómo que no?! No faltaba más.

En tales circunstancias, solo un mamarracho enajenado dudaría. Por eso la necesitamos a Ella: para que no nos quepa la menor duda. Porque esta mujer, como presidenta, sería un gran hombre.

Una mujer, Ella, sabe lo que es el amor incondicional porque la naturaleza verduzca de su país la bendijo con la posibilidad de ser un miembro más. Por eso gobernaría con el corazón. Y encima con uno que dice sí, sí, sí.

Hay que ser una vil rata, una basura, una escoria social para creer que una mujer no puede gobernar con más malicia que un hombre, incluso con más impunidad que un par de hombres sin cabeza. ¿Acaso no se dan cuenta de que con Ella en la presidencia también se podrían dar en concesión las guarderías, las maternidades y los salones de belleza? ¿Acaso no suena bonito Guarderías del Sol?

Las mujeres adornan con su sola presencia pero tenerla a Ella de adorno, por cuatro años, en Casa Presidencial… ¡Ella sería la Reina de la Casa! Son tantas las ventajas que, ¡uuufff!, incluso si el Estado se hace laico ni se notaría, porque generalmente estas divinas criaturas, damas de la política, hasta se parecen a los curas… usan indistintamente enaguas o pantalones, crucecitas de oro en el pescuezo y se escabullen de opinar con la misma muletilla: que la familia es la base de la sociedad. ¡Estas mujeres que aman demasiado al prójimo suspiran hasta en los peajes! ¡Cuánto amor derramado en actos concretos y asfaltados! ¡Ellas son la primavera de la política! Y además, las mujeres nunca se tiran pedos.

Una muerte súbita merecería el asqueroso cerdo subnormal que creyera que ser mujer es una tarea antes que una vocación. No entender que una señora como Ella es preferible a cualquier otra, especialmente a alguna de esas ingobernables que se pasan la vida revolviendo moldes pero no de repostería, sino criticando y poniendo en duda su condición, como las feministas, las putas, las lesbianas desenclosetadas, las madres solteras, las sindicalistas… esas hordas de mujeres rabiosas a las que la experiencia y la vida les pasa por el cuerpo… esas necias incómodas que han experimentado un proceso de descomposición semántica y usan la palabra mujer como si fuera un verbo y no como lo que es… un adjetivo.

Habría que ser una auténtica mierda de persona, un terrorista y un puto sapo ignorante para sostener que, en cuestiones de política, un falo es igual a dos ovarios. Porque claro, una entrepierna vale más que mil palabras.

No, no, no.  Ha llegado la hora de escupir ese mascado cliché porque ha llegado la hora de jamárnosla a Ella.

Solo un bruto, un cínico y un ateo sería incapaz de valorar y comprender y sopesar y agradecer el enorme sacrificio que significa para una mujer tal candidatura. Porque cualquier mujer, óigame bien, cualquier mujer, antes que presidenta, preferiría por mucho ser ministra. En el primer caso, lo que le dan es una silla… ¡en cambio si es ministra le dan una cartera! 



domingo, 20 de septiembre de 2009

Robinson y Octavio Paz, al fin juntos




A pesar de mi torpor, de mis ojos hinchados, de mi panza, de mi aire de recién salido de la cueva, no me detengo nunca. Tengo prisa. Siempre he tenido prisa. Día y noche zumba en mi cráneo la abeja. Salto de la mañana a la noche, del sueño al despertar, del tumulto a la soledad, del alba al crepúsculo. Inútil que cada una de las cuatro estaciones me presente su mesa opulenta. Inútil el rasgueo de madrugada de canario, el lecho hermoso como un río en verano, esa adolescente y su lágrima, cortada al declinar el otoño. En balde el mediodía y su tallo de cristal, las hojas verdes que lo filtran, las piedras que niega, las sombras que esculpe. Todas estas plenitudes me apuran de un trago. Voy y vuelvo, me revuelco, me revuelvo y me revuelvo, salgo y entro, me asomo, oigo música, me rasco, medito, me digo, maldigo, cambio de traje, digo adiós al que fui, me demoro con el que seré. Nada me detiene. Tengo prisa, me voy. ¿Adónde? No sé, nada sé - excepto que no estoy en mi sitio.


Desde que abrí los ojos me di cuenta que mi sitio no estaba aquí, donde yo estoy, sino en donde no estoy ni he estado nunca. En alguna parte hay un lugar vacío y ese vacío se llenará de mí y yo me asentaré en ese hueco que insensiblemente rebosará de mí, pleno de mí hasta volverse fuente o surtidor.Y mi vacío, el vacío de mí que soy ahora, se llenara de sí, pleno de sí, pleno de ser hasta los bordes.



 Tengo prisa por estar. Corro tras de mí tras de mí, tras de mi sitio, tras de mi hueco. ¿Quién me ha reservado ese sitio? ¿Cómo se llama mi fatalidad? ¿Quién es y qué es lo que me mueve y qué es lo que aguarda mi advenimiento para cumplirse y para cumplirme? No sé. Tengo prisa. Aunque no me mueva de mi silla, ni me levante de la cama. Aunque dé vueltas y vueltas en mi jaula. Clavado por un hombre, un gesto, un tic, me muevo y remuevo. Esta casa, estos amigos, estos países, estas manos, esta boca, estas letras que forman esta imagen que se ha desprendido sin previo aviso de no sé dónde y me ha dado en el pecho, no son mi sitio. Ni esto ni aquello es mi sitio.

Todo lo que me sostiene y sostengo sosteniéndome es alambrada, muro. Y todo lo que salta, mi prisa. Este cuerpo me ofrece su cuerpo, este mar me saca se saca del vientre siete olas , siete desnudeces, siete sonrisas, siete cabrillas blancas. Doy las gracias y me largo. Sí, el paseo ha sido muy divertido, la conversación instructiva, aún es temprano, la función no acaba y de ninguna manera tengo la pretensión de conocer el desenlace. Lo siento: tengo prisa. Tengo ganas de estar libre de mi prisa, tengo prisa por acostarme y levantarme sin decirme: adiós, tengo prisa.

Octavio Paz, de Águila y Sol - 1949


Enuresis



Mi hermana tenía tres meses de muerta el día que se me apareció en un sueño. Con su habitual tono mandón, pero dolorosamente maternal, me dijo: "Tuve que venir a decirte que ya no quiero que llorés más". Y entonces yo, que tenía tres meses de llorar todas las noches, dejé de hacerlo. Y es extraño, porque me habría encantado seguir llorando hasta sacar a mi hermana de sus casillas (y de donde fuera) y obligarla a venir, solo para verla.

Como los niños que un día dejan de orinarse en la cama pero no por eso abandonan la infancia, yo abandoné el ritual del llanto pero no la tristeza. Cada vez que contaba que mi hermana mayor se había muerto, la boca se me llenaba de agua y los ojos de aire. Sin embargo, dejé de llorar porque con su visita supe que la muerte es un lugar del que cuesta mucho salir. Y no me importa si ese lugar lleno de puestos fronterizos existe solo en la cabeza enajenada de quienes son capaces de amar a un muerto tanto como a un vivo. Ella vino a decirme lo que solo ella podía ordenarme. Desde entonces me pregunto cómo pude ser ella y decirme sus palabras.

El otro día, Silvia cumplió 8 años de muerta. ¿O serán más? Casi el mismo día, un amigo me llamó borracho para contarme que la mamá de otro amigo que acaba de morir lo llamó para contarle que el susodicho se le aparece en sueños. "¿Y qué le dice?", le pregunté. "Nada", me explicó, lloriqueando. "Nada. No le dice nada. Solo le pone música".

Lo increíble, entonces, es la exactitud de los muertos. O la de los vivos, que saben más de sus vivos, una vez muertos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Mi Cabezón querido y requerido




 




Hace mucho tiempo que te propongo, en mis diálogos imaginarios con vos, que escribamos un libro o un blog a cuatro manos y ojos. Pero un blog que sirva para algo. No un blog donde uno siente que ha caído en el universo solitario de alguien que no se sabe expresar. Un blog que la gente visite a conciencia, no sólo embaucada por las búsquedas de Google y los links de los amigos. Un blog de autoayuda para gente inteligente.

Yo ya no quiero volver a escribir sobre mí misma. No como hasta ahora. No quiero escribir para que me entiendan sólo los que piensan como yo. Vos me dijiste en una carta hace un tiempo: “Han pasado un montón de cosas malas, todas buenísimas”. Cómo se llega a esa comprensión profunda de la vida y del destino, es lo que me gustaría contar. Esas cartas absurdas llenas de sentido que nos enviamos, es lo que desearía publicar: ponerlas ahí para el que las quiera leer. Y todo esto sin gastar papel.

Y hablando de gastos, éste sería el primer tema a tratar por mí. Escribir sin esperar nada a cambio. “Dar para recibir”, dicen algunos. Pero no. Dar para sentir lo que el otro recibe como algo que uno mismo hubiera recibido.

Yo he sido toda mi vida una agarrada y ahora entiendo que ser agarrado es como poner uno mismo un tampón en el corno de la abundancia. Me ha llevado cuarenta años entender esa y muchas cosas más, que podría ir expresando en ese blog supuesto, si vuecencia lo tiene a bien, claro.

Una vez le escribí una carta de desagarrado amor a un novio que me dejaba. Me respondió: “¡Qué bien escribes!”. Merecido me lo tenía. Merecido me tenía ese novio y merecida esa respuesta. Ya no quiero escribir para que me digan que qué bien escribo. Antes sí, ahora no. Ahora quiero que a alguien le sirva de algo lo que escribo.

Ah, sí, sí: todo lo malo que me ha pasado en los últimos cuarenta años ha sido buenísimo.

Al menos así me parece hoy. En este momento en que te escribo voy en el bus hacia Madrid. Voy a Madrid a ganar dinero. Igual que una hippie alemana que me encontré de chiripa en el bus. La saludé y hablamos poco, pero te diré de qué la conozco: vino a Galicia para que el contacto con la naturaleza la ayudara a pasar el dolor. Hace un mes, en plena labor de parto, se le murió la hija ahorcada con el cordón umbilical. Tenía un aparato que permite oír los latidos del corazón del bebé, y fue oyendo pum… pum… pum… donde se iban haciendo más lentos hasta detenerse. Y parió una hija muerta.

Te saluda,

El Mechudo (alias Astucia o Pericia, no se sabe quién es cuál).
 

 

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Concurso literario CATALINA MURILLO


Se convoca por primera vez el prestigioso premio literario Catalina Murillo.
BASES: para garantizar la pureza del certamen y evitar el fraude, las bases de este concurso son secretas.
PREMIOS: se premiará un mínimo de personas*.
Tercer premio: Una Medalla de Honor y 14865 euros.
Segundo premio: Dos Medallas de Honor y 7000 euros.
Primer premio: Tres Medallas de Honor.
INSCRIPCIÓN: el coste de inscripción es de 50 euros. Convocatoria e inscripción abiertas todo el año. Las primeras ediciones, por prestigio, serán declaradas desiertas.
* Las cifras en euros pueden variar, dependiendo del número de participantes. Recuerda, ¡cuántos más seáis, más podéis ganar!

domingo, 6 de septiembre de 2009

Monkey Business


Descendemos del mono pero también del mico. A veces ascendemos a ambos. Con demasiada frecuencia no me siento representada ni por el género humano.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Querido Cabezón:


Soy yo, el Mechudo, alias Astucia o Pericia, nunca se ha dilucidado quién es cuál para tal. Te escribo urgentemente con veinte años de retraso para decirte que oh fatalidad, al fin ha sucedido lo inevitable: nos hemos transformado en mujeres, ese gremio del que durante tantos años nos rehusamos a ser parte. El otro día oí decir que alguien me admiraba como mujer... es decir que he triunfado en la única batalla que no he librado.
La cosa es grave, ¿sabés qué es lo que más odio de volverse mayor? Lo cobarde que uno se va volviendo. Ahora miro con aprensión hasta a una salsa demasiado picante. Cumpliré cuarenta años sin haber llegado a ser una escritora de éxito, y la meta se aleja cada vez más. Ahora escribo con menos soltura que antes, ahora sería incapaz de cantar las alabanzas a la sotana del Reverendo Padre Minor, perfumadita de incienso y naftalina. Desde hace un tiempo no escribo lo que quiero temiendo a que nos demanden las Injurias y Calumnias, nuestras primas lejanas.
Desde que vivo en España he fingido tanto ser yo misma, que ya casi no sé quién soy.
Fdo,
El Mechudo
PS: el miércoles tal vez vaya a Portugal, a comer bacalao y comprar paños. ¿Se te ocurre algo más anodino? El turismo debería ser prohibido, al menos el turismo no sexual.

viernes, 4 de septiembre de 2009

MARASMOS



Mucho antes de que lo mataran, el fotoperiodista Christian Poveda acusó de plagio a la artista española Isabel Muñoz. Los argumentos quedaron registrados en una entrevista que le hizo Centroamérica 21. El tema de fondo es la diferencia entre jugar con fuego. O quemarse.

jueves, 3 de septiembre de 2009

DEL PAÍS DE LOS SUEÑOS

Cientos, cientos de veces te encontraré a la vuelta
de la memoria abundante en esquinas
en la enrarecida atmósfera del país de los sueños
en que no hay cosa que no esté hecha de nada
Me harás, sin verme, un saludo con la mano, pues de
los dos yo seré el único
en vernos y no tú la buena amiga de los años reales.

Además allí, en la nada, encuentros y desencuentros
¿en qué se diferencian? El diálogo es su simulacro
hecho de las palabras recordadas. La que esté allí
es sólo una visión a la espera de un taxi de hace diez o
quince años
Sin haber envejecido porque en ese país
no se vive ni se muere, con tu vestido pasado de moda
remedo de algunas escenas que habríamos podido
vivir juntos si todavía fuéramos reales
Y sentiré lástima de mí y me invadirá como si fuera
el amor
el recuerdo vacío de estas lágrimas. 
Enrique Lihn

Astucia y Pericia, un soleado día

Astucia y Pericia, mejor conocidas como El Mechudo y El Cabezón, manejaban apuradas un destartalado Landrover del 67 por todas las calles del país. Merodeaban los treinta. Iban tarde y llegaban tarde a todo. No era para menos: su medio de transporte ya iba con dos décadas de atraso: corría el año 1997. Sus primeras aventuras de aquellos tiempos quedaron registradas en el número de agosto de la revista Kasandra... del 98... su primera fiesta con el Padre Minor... la inmolación de Alejandro Rueda... el rapto de sus galanes, Alfredo y Alpesto... Mientras miran una foto de aquellos años se les escapa una lagrimita... porque ellas desearían volver a las andadas ahora que, aunque suene imposible, son más viejas, más feas, más entrañables.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Noche y nieve

Me asomé a la ventana y en lugar de jardín hallé la noche
enteramente constelada de nieve
La nieve hace tangible el silencio y es el desplome de la
la luz y se apaga
La nieve no quiere decir nada: Es solo una pregunta que
Deja caer millones de signos de interrogación sobre el mundo.
José Emilio Pacheco

Nevada

Aquí no cae nieve. En el centro de América lo más que se cae es un avión, un cargamento, un presidente. Tragedias o negocios. Hay cosas que se caen solas antes de que las boten y otras que hay que botar cuando amenazan con quedarse. Están las que se votan para guardar las apariencias, como los cambios constitucionales para permitir la reelección presidencial. Con esa vaselina se peinan muchos de nuestros políticos y por eso se la considera democrática, porque les rinde. Todo tiende a la caída, a la alopecia ideológica. También cae la lluvia nueve meses al año, aunque no tiene nada que envidiarle a la caída vertiginosa de la economía. Se caen los índices, las bolsas, los bolsillos. A mi hijo se le caen los dientes y yo prefiero que dios no le de pan, porque lo quiero furioso y con colmillos. Algún día sabrá que aquí nadie se levanta, que el horizonte es un despeñadero. Aquí, con los terremotos, todo se cae de abajo para arriba. Aquí, en el exuberante basurero, la nieve hay que importarla.