domingo, 20 de septiembre de 2009

Enuresis



Mi hermana tenía tres meses de muerta el día que se me apareció en un sueño. Con su habitual tono mandón, pero dolorosamente maternal, me dijo: "Tuve que venir a decirte que ya no quiero que llorés más". Y entonces yo, que tenía tres meses de llorar todas las noches, dejé de hacerlo. Y es extraño, porque me habría encantado seguir llorando hasta sacar a mi hermana de sus casillas (y de donde fuera) y obligarla a venir, solo para verla.

Como los niños que un día dejan de orinarse en la cama pero no por eso abandonan la infancia, yo abandoné el ritual del llanto pero no la tristeza. Cada vez que contaba que mi hermana mayor se había muerto, la boca se me llenaba de agua y los ojos de aire. Sin embargo, dejé de llorar porque con su visita supe que la muerte es un lugar del que cuesta mucho salir. Y no me importa si ese lugar lleno de puestos fronterizos existe solo en la cabeza enajenada de quienes son capaces de amar a un muerto tanto como a un vivo. Ella vino a decirme lo que solo ella podía ordenarme. Desde entonces me pregunto cómo pude ser ella y decirme sus palabras.

El otro día, Silvia cumplió 8 años de muerta. ¿O serán más? Casi el mismo día, un amigo me llamó borracho para contarme que la mamá de otro amigo que acaba de morir lo llamó para contarle que el susodicho se le aparece en sueños. "¿Y qué le dice?", le pregunté. "Nada", me explicó, lloriqueando. "Nada. No le dice nada. Solo le pone música".

Lo increíble, entonces, es la exactitud de los muertos. O la de los vivos, que saben más de sus vivos, una vez muertos.

2 comentarios:

  1. Muy bello Maria. Gracias.
    Como ya no rezo antes de acostarme, solo pido soñar.
    Y si es mucho el atrevimiento aparecerme en los sueños de alguien.

    luis fer

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  2. María, no hay palabras...Esto me llegó al alma. Te quiero.
    Chela

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