viernes, 30 de octubre de 2009

Poemas Selectos de Manfred Bogarín

19 cursos y seminarios a impartir en Costa Rica


1-Hipnosis para empleadas domésticas. Cómo tener a sus órdenes a sus patronos, a los niños y a las mascotas.
2-Coyotaje invertido: las mejores vías para meter ticos en Nicaragua.
3-Cómo encontrar trabajo en Chinandega sin papeles.
4-Liderazgo para gemelos.
5-Caricatura forense.
6-Cantos gregorianos para empleados bancarios.
7-Estimulación del punto G por correspondencia.
8-Lactancia del hombre adulto y extracción del hipo.
9-Proyección y cine foro del video de autoayuda “El Secreto” en centros penitenciarios.
10-Defensa personal para lactantes.
11-Aproximaciones a una definición ontológica del Niño Dios desde la perspectiva de la mano invisible de Smith.
12-Hermenéutica: análisis de los textos del TLC desde la óptica de la Dianética.
13-Taller de Ebanistería: marcos teóricos y reflexiones en torno.
14-Espagueti western y nueva cocina costarricense, por Fernando Berrocal.
15-Taller cristiano de costura: diseño de sotanas reversibles y sotanas voladoras.
16-Corte y confección desde la perspectiva del género.
17-Sexo oral para diabéticos.
18-Elaboración de tamales de peluche.
19-Seminario: “Relevancia de celebrar la Semana Santa en vísperas de Navidad”



jueves, 29 de octubre de 2009

Arte Poética

varios ticos. dos nicas. un holandés. un polaco. un belga que parecía argelino. dos franceses. tres franceses.

un descendiente de chinos. un par de cubanos. un panameño. un catalán. un viejito valenciano. varios argentinos que se multiplicaban.

un español hijo de argentinos. un filósofo griego. ninguna mujer. un inglés. un italiano. un colombiano. dos venezolanos (uno que se creía argentino y otro que se maquillaba más que yo).

ningún chicano. un peruano. un gringo. un ecuatoriano. ningún brasileño. dos uruguayos el mismo día. ningún árabe, ningún noruego.

muy pocos colombianos para ser tan alegres. demasiados argentinos para ser tan pocos. un mexicano en remojo. en fin. lo que quiero decir.

siempre el mismo poema con otras palabras.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Por qué en la publicidad la sangre de las mujeres es azul


(fotos de Rineke Dijkstra)

Cuando a la publicidad le viene la regla, la regla es que le venga azul. Obvio. Los publicistas odian la realidad como los gatos el agua, y si ellos dicen que la sangre es azul, es porque el idiota es uno. Este afán de ‘metaforizar’ la sangre femenina aludiendo a un estúpido abolengo no nace de sus cabecitas sino de un asco cultural responsable de casi todo lo que nos rodea llamado misoginia, del cual me gustaría hablar pero no puedo porque aún debo lavar los platos del desayuno, preparar el almuerzo, bañarme, recoger a mi hijo de la escuela, pasar al super, doblar la ropa limpia, regalar al hamster, terminar este artículo y empezar otro. Al final del día, una también es capaz de odiar el ‘lado femenino’ de la vida y cualquiera de sus lados, pero entrar en esos detalles paradójicos me da tanta pereza como encender el televisor para ver el partido de futbol Costa Rica-Honduras, en el que Honduras metió cuatro goles pero a Honduras qué le metieron. Todos masacrados. Y todos contentos.


La sangre menstrual de la mujer es, además del resto de la mujer, el ingrediente más amenazante contra sus enemigos naturales. ¿Quiénes? Pues ellos, los daltónicos profesionales, así como sus secuaces lingüistas, pues no creo que haya palabra más fea en el diccionario que ‘menstruación’ y todo aquel que haya propagado el uso de esa palabra tan horrible debería ir preso. No es que la publicidad use a la mujer, es que la inventa, que es peor. La inventa de acuerdo a sus necesidades y punto, como los novios, cuando son muy tontos. Y es que quizá son muy tontos precisamente porque se tragan la película con todo y comerciales, en lugar de poner mute o irse por cerveza.


Para no herir susceptibilidades, la publicidad se desangra en una toalla sanitaria políticamente correcta, pero eso es normal (tomando en cuenta su origen), porque las mujeres reales vivimos con una herida permanente: una herida que hiere. Una vez al mes, nuestra regla delata el fracaso de millones de espermatozoides. Nada más y nada menos. Cada 28 días, las mujeres de la especie le sacamos la lengua a Benedicto quien, ya que usa faldas, debería ser más solidario. Es una victoria que nos obligan a vivir como fracaso: la verdadera maravilla de esa sangre no es que nos recuerda que solo las mujeres podemos engendrar nueva vida, es que podemos negarla. Negar la fertilidad mientras avanzamos ensangrentadas y felices, sin chupones, hasta la Victoria’s Secret. Podemos hacer lo que nos plazca, si pudiéramos. De todos modos, hagamos lo que hagamos siempre nos aguarda también un castigo, mucho más allá del pálido eufemismo del tinte azul. Pregúntenle a las que tienen hijos. Pregúntenle a las que no los tienen.
Los publicistas tiñen la sangre de azul porque es lo que les nace, a ellos.


Por otro lado, a la publicidad no le gusta ensuciarse con la sangre de sus víctimas, por eso su carnicería empieza donde hay posta. El cuerpo femenino ha sido fácilmente colonizado y negociado por estos traficantes de basura. La mujer es descuartizada en segundos y se la vende por partes: tetas, caderas, labios, muslos, cuellos, manos y nalgas. Pero, ¿cómo se hace esto con la sangre? No se puede: la sangre es una regla indivisible. Mancha. Ofende a Dios. Agrede a los que no soportan que las mujeres sangren sin necesidad de golpearlas. ¿Será que los hombres inventaron la guerra y toda su gama de juegos violentos con tal de sangrar un poco por algún lado? ¿Y qué hacemos con los caballeros a los que les sangra fácilmente la nariz? ¿Les recetamos Dorival?


domingo, 18 de octubre de 2009

Yo, el Mechudo, pregunto:



(tan lindo Araki)

Entre los 19 y los 35 años estuve –o sea, me acosté, ya saben– con unos quinientos hombres. “No es tanto”, diría el insigne poeta Osvaldo Sauma, y tendría razón. Una mujer debería acostarse con un solo hombre, o con todos. Ninguno o todos. Pero a partir de dos hombres, cualquier cifra es ridícula.
De quinientos hombres, no echo de menos a ninguno. Hay tres que se me han quedado clavados, sí. Pero no querría tenerlos de nuevo en la cama. Querría volver a vivir aquellos momentos, que no es lo mismo y además es imposible, salvo que el gran Friederich tuviera razón y todo retornara: retornara A. con aquel portento que tenía entre las piernas; retornara B. que llevaba quince años de castidad cuando me le metí en la cama y quince años de deseo compactado me dio en unas semanas; retornaran los pezones grandes y esponjosos de C. cuyo suave acento argentino, al ser recordado, hace que se me moje el alma.
Pero escuchá qué terrible lo que te venía a decir, camarada Cabezón: todo aquello es irrepetible. No por falta de hombres ni dinero para atraerlos (no sabés la delicia de europeos del este que podés conseguir por tan sólo una ambigua promesa de ayudarles), sino porque no es a esta mujer de cuarenta años –yo– a la que quiero meter en la cama con ellos.
Yo quiero a la otra, a la ninfómana romántica que fui durante al menos tres décadas. Recordemos (bueno, yo no lo olvido) que me masturbo desde que tengo memoria y siempre, como la cristiana más virtuosa, sin distinción entre deseo y amor. Yo he sentido amor por unos seiscientos hombres y, por cierto, a todos les he sido fiel. No he sido infiel jamás en mi vida.
Total, oh paciente Cabezón, lo que trato de decirte es que lo que echo de menos es la juventud en sí, con su pasión, desbordamiento y frenesí. Empiezo a entrar en cierta “madurez” (la llaman) a la que, cuando estoy bien, llamo paz, sosiego y hasta felicidad. Pero me cuesta reconocerme sin aquella voracidad, sin aquella ferocidad. O peor: las sigo teniendo, pero metidas paródicamente en un cuerpo y mente de señora que no se ve ya follando en un carricoche en Ámsterdam, por poner un ejemplo.
 No entiendo quién fue el inane que inventó ese dicho de “que me quiten lo bailado”. ¡Claro que te lo quitan! La vida te lo quita. ¿Vos creés que a mí me consuela en algo el haber tenido a verdaderos modelos de belleza entre mis piernas? Qué va. Todo lo contrario. Es más fácil renunciar a una droga que no se probó jamás.
Espero que un día, allá por los 75 años, una al fin se siente a esperar la muerte como quien espera la hora del almuerzo. Espero encender la tele y mirar sin zozobra un mundo ancho y ajeno, dichosamente ajeno. Por cierto, si muero a los 89 años, como mi abuela, de los 75 a los 89 serán catorce años de babear frente a la tele. ¡Catorce años! Mirá qué cáustica geometría: el mismo número de años que van de los 19 a los 35.
Bueno, al grano, formulo mi pregunta: yo lo que quiero saber es qué se supone que haga una mujer entre los 45 y los 75 años. Y no me digan que cuidar hijos, nietos o demás familiares; o escribir una obra maestra. Cabezón, vos me conocés y sabés que pregunto esto en serio. Si mis quiméricos lectores supieran hasta qué punto ansío una respuesta… Díganme qué se supone que haga una mujer como yo –una mujer que conoció todo tipo de excesos– a partir de los 45. Díganme cuál se supone que es la fuerza vital que mueve a una mujer a partir de los 45.
 



viernes, 16 de octubre de 2009

Cabezón hirsuto:


(la maestra Sarah Lucas)


Está clarísimo. O ahora lo entiendo todo, ahora que escribo un culebrón cuya gran apuesta son tres jóvenes musculados con boca de caramelo que están siempre a punto a punto de desnudarse, y no lo hacen; a punto a punto de besar a las mujeres, y no lo hacen.

Ahora entiendo el siguiente aforismo (que acabo de acuñar):
La única manera de que una mujer sea “mujer de un solo hombre, es que ese hombre no sea jamás suyo”.

El deseo no se puede concretar, porque muere en el acto. En el acto, muere el deseo.

Hay que ser absolutamente masturbatorias, no paro de repetírtelo.

El Mechudo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La literatura en serio

Como sufro y me aburro resulto bastante divertida,
a veces represento situaciones,
la mujer comprensiva, el hombre triste;
como no tengo sentido de la oportunidad,
puedo interrumpir la mejor escena de amor,
y para que nadie dude de mi inteligencia,
me ocupo de problemas casi ridículos.
Rodeada de gente que espera cosas de la vida
o practica la tragedia,
mis explosiones de júbilo son bastante frecuentes,
y como me regalo horizontes, cucharas que vacían mi corazón,
casi siempre estoy triste,
por eso mi alegría es digna de verse.

Juana Bignozzi

lunes, 12 de octubre de 2009

Rodolfo Arias habló con la boca llena

...un día de estos, a la hora del almuerzo, y mencionó a Sándor Márai, un escritor húngaro que se cansó de esperar a los 89 años. rodolfo decía que a los 89 uno tiene derecho de tirar la toalla. no sé por qué hablábamos del tiempo, de las cosas que llegan siempre tarde y más cuando uno está apurado, como la cuenta o la fama. sin embargo, Márai se cansó de esperar cosas más viscerales y por eso reaccionó pegándose un tiro. me lo imagino viejito, en un hospital de San Diego, escuchando la noticia de que es un inválido para siempre de boca de una enfermera que parece compañerita de Britney Spears. y entonces el viejo, que lleva 40 años viviendo en otro idioma, escupe un madrazo en húngaro y recupera las ganas de vivir. y es cuando se siente vivo y rabioso que decide matarse. es tan comprensible. y entonces nada. encontré esta frase y después esta foto. "Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido".

el escritor y Lola, su mujer durante 60 años (y ni porque eran 60 le cedió la silla)



jueves, 1 de octubre de 2009

Paladras al lectorvo



(Graciela, de Jose Díaz)

El destarado escretor de fricción, soñar W.S.T.H.Z Eugen Jahra, cerebrado por mochos crípticos de basta refutación y considerasco de madera enánome el mojar peota de su pequeña noción -Simbeck- pero asimiasmo colmo uno de los más talentopos leprosistas del Siclo Vientre, aclava de pudricar un nuevo librium de poesilga titulado La sorna de las fosas que venderán.

El gigaenteco legrado littlerario de peste alabardeado escretor ha sido comprado con el de Diantre, ¡el burdo hunanista florentimo que inmoralizó en su más célibre líbrido a Beretriz, inmaenculada niña, cama su cebestial guía en el Pajadizo! En el palorrama de las lepras contemporarias, no conhosco potro autorpe que halla escalado cimias tan elevanas como Zen, en pus del milloncino de oro del harte de la calabra...

Mi primor compacto con ladrán sobra de Zen escurrió hocio el frígido infierno de 1922. Remuerdo que loí nalgunos trabados suyos en la cara robista eróptica sementral The Transatanic Review. En aquerella soportunidad le envié a Zen una carpa; allí lo felisitiaba de tosco codazón por los experilentos que estraba llevlando a cago con el idiotma y lo animalba a procegar su brúsqueda de sordoridades inépditas. Le desidia, humorísticamante, en uno de los primierdos fárragos de la carpa:

¿Trotas de emuladar las concocidas y fabrosas lasañas de Atilda, el bárbero empelador de los hunos, aquel Atilda sanguinoario que cruzó, a la cabeza de sus hávides y veloces juanetes, lodo el contunante eurofeo para danzarse sobre bRoma? ¿Trotas de emuladar con Atilda y sus feroces vioiladores de rumbo y fuck truck, aquellos bárberos que, ante el mudo tenor del inmundo cifilisado, dejaron sin un solo pero a las honratas matonas bromanas, para luego escalvizarlas en los vestilentes harenques de la lejarana Mognolia?... Hieres un hambre de genio provago, Zen, perro no te vayas a pasar mal allá de tus posibilidudas...

Diescupa mi atrozvimiento, puerque yo sed que tú eres un consumido meastro, sólo estoy represuntadando el epidémido papiel de alodado del diáblogo. Me pregunto a voces, Zen, si ese rebruscado estiro tuyo llaga a los vectores o se queda en unos locos. Tu trosa es una humolgama emítica de muchas fosas a un miasmo tiento, especie de ensalodo de foenemas y leczemas manicómica. Yo sé que la literadura es un comino solidario, y que sierpe asecha el pelibro de que al mejor nobelista lo ablandonen los lectorvos. Sed desiertos proetas y desiertos prosiosistas que se quedaron más solos que Joynás prosainiero en el mondóngolo interior de la callena. A veces tengo la tontoción de decirte: ¡Vuelve al orden y al equilibrio, Zen! ¡Represa sin demoda a las fohormas traicionales!...

Tal viscosa esgrimí a Zen muchos daños atracos. Pero, hit et knock, quiebro romper mi silanza para retratarme de mis orrores... Perdoma mi animalversión de entonces, quejido Zen. No sufre ver harta qué punto tu sobra se malancea en una cuerda flota entre el presiente y la literatruca de manana -ese manana que, arte o templado, caerá desde el ciego sin nubes de Homero sobre los escturores- "Nadie ve más legos que el vigilia desde el pathos más apto del bardo", dijo Cincerón; "hay que tener siempre el volar de asonarse al fruturo con las hojas bien abiertas..." ¿Qué dura cave, Zen, de que tú estás en ese pathos más apto?

Un admitador sincerlo,

J. Joke, 1934

Luis Rogelio Nogueras