miércoles, 25 de noviembre de 2009

Aduana Opus Perling


Cuando yo vivía en un barrio tranquilo podía pensar. Cuando yo vivía en un barrio tranquilo ni siquiera me importaba si podía pensar o no. Pero desde que LA CULTURA llegó a Barrio Escalante, con su nada sutil carpintería y su nada silenciosa arquitectura, tengo que andar disfrazada como si un boing estuviera a punto de despegar en la sala de mi casa.
Yo vivía frente al teatro de La Aduana pero de golpe (literalmente) me trasladaron a La Uruca. Ahora yo también trabajo en la construcción, incluso sábados y domingos. ¿Incluso sábados y domingos? He llegado a pensar si no será una concesión del gobierno o una venganza del Mopt, que son lo mismo. Todos los días a un cuarto para las seis me arranca de la cama el eco de un mazo golpeando el metal o el chirrido punzocortante de una sierra de acero o el ronquido de las vagonetas que van y vienen o la sirena que despabila cada hora a mis colegas, los obreros, para que sepan que el día avanza y no se agueven ni se salten la hora del café.

Lo único bueno fue que pasé de los actores ticos a los piropos nicas. El teatro costarricense clamaba por un aporte así. Yo, no tanto. Sin embargo, lo peor no es tener que usar tapones y orejeras a todas horas, y hasta tampones, por si acaso. Lo peor es que la única forma de parar esta locura consiste en que haya más ruido adentro de la casa que afuera. Entonces todo sufre un ataque de decibeles y hasta la tortuga, que nació sin orejas, convulsiona.
Ya no sé cómo engañar al pensamiento con largas horas en blanco frente a la computadora. Ya no sé cómo dejar de sentirme taladrada, martillada, perforada, atornillada, doblada, agujereada, arrugada, remachada, clavada, machacada y percutida. En realidad, lo peor de todo es no poder echarle la culpa a Guido Sáenz.
No me llamen. No oigo el teléfono.